domingo, 4 de noviembre de 2007

LA FIDELIDAD DE MI TIA ABUELA FRANCISCA






LA FIDELIDAD DE MI TIA ABUELA FRANCISCA
Por Isabel González Losada



La tía Francisca siempre dejaba que me sentara en aquella mecedora que tenía en la galería y me acariciaba la cabeza, lo que suponía para mí un gran disfrute. Era una anciana bondadosa de ojos muy vivos y tez muy pálida, que trasmitía serenidad.

Al ser yo una niña en aquellos años no tuve la ocasión de tener las conversaciones sobre su historia, los sentimientos; y en definitiva sobre la vida; que me hubiese gustado tener al conocer una trayectoria que hizo que se me agrandase su figura. La tía Francisca nos dejó una historia de amor preciosa y seguramente incomprensible para muchos jóvenes de nuestro tiempo. Esta es la historia real de mi tía abuela, aunque por insólita parezca ficción:

La Tía Francisca nació en una casa solariega, en una aldea aislada como muchas lo estaban en Galicia.

En su juventud conoció y se enamoró de un mozo de la aldea más cercana, un rapaz que aunque humilde y sin mucha preparación, era inteligente y tenía muchas ansias de superación. Quizá por ese deseo de mejorar, el joven Carlos, que así se llamaba su amado; decidió marchar a América, y como tantos jóvenes de finales del XIX en Galicia eligió la isla de Cuba como destino.

En una despedida triste, pero con la esperanza mutua en el futuro; Carlos prometió que tan pronto le fuese posible volvería a por ella, y Francisca, al mismo tiempo, hizo la difícil promesa de esperarlo.

Francisca pasó los siguientes 21 años en aquella aldea aislada, viendo día tras día el mismo cielo, viendo las mismas montañas, viendo los mismos verdes prados que rodeaban la casa, viendo día tras día como pasaban los mejores años de su juventud. Veintiún años con la firme convicción de que su novio cumpliría fielmente su promesa, a pesar de que su amado no dio noticia alguna en todos esos años, mientras ella perdía vitalidad.

Pero tras esos 21 años Carlos regresó y, sorprendentemente, encontró a Francisca esperándole; pudiendo ambos cumplir su promesa.
Después del tanto tiempo esperado reencuentro, Francisca y Carlos se casaron y, esta vez al fin juntos, se fueron a Cuba, donde tras años de trabajo y sacrificios acumularon un pequeño capital con el que volver a Galicia.


A su regreso se instalaron en la villa de Guitiriz, un pueblo que les gustaba y del que Carlos llegaría a ser uno de sus más queridos y valorados alcaldes, como refleja el que aún hoy tenga una calle dedicada a su memoria.

En Guitiriz vivieron juntos hasta el fin de sus días. Cuidada por una sobrina pues no tuvieron hijos, la tía Francisca le sobrevivió por unos años; en su casa de Guitiriz, donde yo dejaba que me acariciara la cabeza en el lento vaivén de la mecedora.